Entrevista a Mario Arteca

POR LUIS MALTZ Y MAURICIO VALLUZZI


Mario Arteca nació en La Plata en 1960. Es periodista cultural y escritor



PRIMERA ENTREGA

ACERCA DE LA LECTURA

Te aferrás a lo primero que leés, aquello que te saca de la modorra de cuando no leías demasiado; a mi me pasó eso con Neruda, después lo detesté rápidamente, tenía una proliferación de palabras que a uno le aumenta el diccionario personal. Después hubo otras lecturas, cuando dejé a Neruda empecé a leer a otra gente. Gelman me gustaba mucho, ahora no lo leo para nada. Pero a mí me hizo un click importante cuando leí a un italiano que se llamaba Eugenio Montale: es un autor de una densidad y profundidad que pocas veces se ve; era más críptico, más simbólico, a mí me daba a entender que la poesía no era sólo una comida para desdentados. Había que masticarla de a poco. Te vas preguntando qué significa cada poema, luego te das cuenta que el significado no es tan importante, sino lo que auditivamente ofrece el poema. Me llevaba a un lugar que no tenía que ver demasiado con un poema, era como retazos (cortar y pegar) Después me abrí a otras lecturas, vas a librerías y buscás lo que no conocés. A mi la lectura de José Kozer me movió mucho, un escritor cubano muy importante, muy amigo; es el hombre que pudo leer a Lezama Lima y no hacer exactamente la misma trayectoria, mucho más sensual que Lezama (si se puede ser más sensual) más críptico y doméstico. Es un escritor que no sólo entiende cómo funciona su lengua, entiende como funciona la lengua universal de la literatura (una especie de Ezra Pound cubano, que trabaja mucha información literaria, mucho culteranismo. Pero eso está siempre en la superficie de la lengua, en un lugar hogareño, de la domesticación; lo trabaja como parte de una casa donde está él y Guadalupe, su esposa) Luego de esta etapa hogareña, el cubano se va complejizando y trabaja con la repetición fónica como modo de puntuación.

VIEL TEMPERLEY

Al leer la obra completa, descubrís su trayecto: de poeta de campo a la singularidad de Hospital Británico.

Este último Viel Temperley empieza a extraer imágenes (Hospital británico, Crawl). Es el único poeta que hace una antología antes de morir. La mayoría de los poetas trabaja lo íntimo como una manera de intervenir en la literatura, él utiliza lo íntimo como una manera de crear imágenes. Sobre todo imágenes que son casi psicoanalíticas: la idea del padre, la madre, la zona del útero, del vientre materno (el útero cuando uno está y no recuerda nada, es como el poeta que no tiene conciencia de lo que sucede porque es como si no hubiese nacido) En la literatura argentina es una operación muy rara siendo la poesía argentina muy abstracta.

RICARDO ZELARRAYAN

Zelarrayán aparece como un continuador de lo que cortó la dictadura y que había comenzado con El Fiord de Osvaldo Lamborghini: relectura de la gauchesca, de la lengua bárbara (en el sentido sarmientista)

Si leés El Fiord te das cuenta que es un texto muy burdo, en el sentido de presentar tan claramente las claves de lectura, tiene carácter fundacional.; esto encuentra continuidad en el trabajo que realizan con la jerga popular, cada uno a su manera: Manuel Puig, Germán García con Nanina, Alejandro González con Andá a cantarle a Gardel y Luis Gusman con El Frasquito.

Estas escrituras resultaron un movimiento casi inconsciente de la literatura argentina que la narrativa le dio a la poesía. Cuando Zelarrayán publica “La obsesión del espacio” es un texto neolamborghiniano cuando Osvaldo aún era joven. Había una comunidad alrededor de Literal que desmentía al boom latinoamericano. A nivel narrativa deriva en la novela de lenguaje (Néstor Sánchez); pero en poesía sirve para salir del baúl de los 60 (piola a nivel ideológico malo desde lo estilístico). De ese cofre también salen Gelman (especialmente con Fábulas) y Miguel Ángel Bustos (rescatando sólo muecas de los 60) y también Zelarrayán (Cucurto plagia a Zelarrayán más que a Osvaldo, ha sabido con inteligencia rescatar esa obra, pero su producción con valor presente no sé si tiene valor futuro) ¿Qué hubiera pasado si ese movimiento no se hubiera cortado por la dictadura?

ACERCA DE SU ESCRITURA

Mi primer libro publicado fue en verdad mi tercer libro: Bestiario búlgaro. La segunda parte de Bestiario trabaja una zona más áspera, no tan lírica como la primera; y eso me interesaba porque uno de los problemas de la poesía en argentina es la poesía poetizable. El gusto por el arte pop se ajusta a mi necesidad de frescura, la experiencia Di Tella en ese sentido me resulta capital: la idea de lo alto y lo bajo al mismo tiempo. Eso ocurre en la obra de uno de mis escritores favoritos John Ashbery. Mecanismos y procedimientos en sí mismos, cada libro tiene que ser distinto a otro: un libro de poesía al igual que un concepto es muy fugaz, muy maleable y aunque resulte ininteligible lo que rescato de un libro es su eficacia, movimiento y personalidad.

Si me preguntan por el sentido en la poesía, me encanta trabajar zonas antagónicas, antítesis; por ejemplo en Impresiones de un folleto conviven citas en alemán junto a banalidades y eso contribuye a una lectura no lineal.

Guatambú debe ser el libro que más me costó y más rápidamente hice: cuatro meses de escritura y una hija recién nacida que lloraba como un becerro. Escribía de las once hasta las tres de la mañana. Hubo un momento en el que me dio la sensación de que este libro iba a ser algo, que tenía que funcionar aunque sea como bomba de hidrógeno. A mi me importó trabajar distintos estilos: objetivismo, por momentos nouvelle vague, con citas que no le importasen a nadie pero que en el conjunto seguramente aportarían algo. En Guatambú hay mucha conversación, mucha gente hablando. Incluso transcripciones de cartas como la que le escribí a García Helder definiendo lo que en ese momento para mi era un poema. Trabajé la idea de dificultad, de no haberlo manyado todo, la idea de que algo caiga bien y uno no comprenda por completo. Lo que me importó es que tuviese cierta eficacia, cierta apertura: que abriese un camino.

Yo lo pensé como un libro polaco al principio, había visto en ese tiempo la muy linda biografía de Krzysztof Kieślowski. Después se convirtió en un libro del Mercosur (Portuñol) tras mis lecturas de Catatau de Paulo Leminski, Mar Paraguayo de Wilson Bueno (¡tremendo libro¡) y un trabajo ocasional como corrector para una editorial de San Pablo.

FRAGMENTO DE GUATAMBÚ


Hasta él mismo se extrañó de poder hablar
1980 con ellos. Sí, hay una depresión del terreno
cubierta de alisios y en verano todo muda
en un lago. Las puntas de los alisios se recortaban
sobre un fondo de cielo color limón, con sus contornos
oscuros, mientras tenía ante sí un compacto de árboles
jóvenes. Allí donde el acceso era difícil, la tierra
se conservaba mojada; cada vez que alguna cosa sucedía,
desde un lugar le respondían desde tres o cuatro puntos
diferentes. Por encima de los árboles, una silueta
y luego otra. El hecho de que estuvieran volando allá
arriba no probaba nada aún. Atención: una sombra pasó
entre el cepillo de las brisas más jóvenes, se posó después
de un disparo y encontró aquello tendido de espaldas, vivo
aún, las garras erguidas en actitud de defensa. La piel,
disecada, conservará durante un tiempo el aspecto de éste
y no de otro ser, mientras no la destruya la polilla.
Quiso lanzar un reclamo, aunque sólo consiguió quedarse
ronco, cambiada ya la voz, nunca otra vez aquella señal
aguda (contrapicado) entre el maullido de un gato
y el silbido de la bala, haciendo centro. Lo único
que los justifica es la medida de sus proporciones;
cuando no se expresa aquello que no existe, de la misma
forma en que el Estado protege a sus animales
2001 de caza mediante leyes y a la nueva generación
por medio de verjas (G. Benn). Asbesto,
la inflación de la conducta; sucesión espontánea del páramo
en su dogma, las muñecas anuda hasta zamparlas del todo;
es un mundo para ella y así, incluso, con esa carga apenas
lo conoce. Pero insiste con él, se deja estar entre esos brazos
iguales a los suyos en la compensación de los detalles.
A escala dará lo mismo que él y ella sumen de a un coágulo
el ritmo del vareo, aúnen sus pies en el caldo de la noche,
cuando incurrir en ello supone el principio de toda atracción
tras largas emanaciones. Corrige, tacha la válvula paterna;
proviene del horror vacui cada despunte de sus ojos. Lo ve,
imprime los suyos saliente de un reflejo acercándose al apego
de una cámara. En la nueva toma ningún miembro del dúo
opina lo contrario. Hacen correr sus cilicios al amparo
de un efecto, un rebote. Al tiempo se refractan, salpican
milímetros de la piel que los une (si es para siempre, mejor)
pero sería demasiado, tamaña coincidencia; o bien le zumba
cualquier atisbo de un script en la cara, segura cosa entre ellos.






ELEGIMOS DE EUGENIO MONTALE

La anguila

La anguila, la sirena
de los mares fríos que deja el Báltico
para llegar a nuestros mares,
a nuestros estuarios, a los ríos
que remonta por el fondo, bajo la crecida adversa,
de cauce a cauce, y después
de hilo a hilo, sutilizados,
cada vez más dentro, cada vez más en el corazón
del macizo, filtrándose
entre burbujas de fango, hasta que un día
una luz brotada de los castaños
le enciende brillos en charcos de agua muerta,
en los fosos que unen
los saltos de los Apeninos a la Romaña;
la anguila, antorcha, látigo,
flecha de Amor en tierra
que sólo nuestros barrancos o los resecos
arroyos pirenaicos devuelven
a paraísos de fecundación;
el alma verde que busca
vida sólo allí donde
muerde el ardor y al desolación,
la chispa que dice:
todo comienza cuando todo parece
carbonizarse, rama sepultada;
el iris breve, gemelo
de aquel que engarzas entre las pestañas
y haces brillar intacto entre los hijos
del hombre, inmersos en tu fango, ¿puedes tú
no creerla hermano?

Versión de Jesús López Pacheco

"Exilio" - Alejandra Pizarnik



Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

"Viajes de Gulliver" - Jonathan Swift (fragmento)

Los houyhnhnms no tienen literatura, y toda su instrucción es, por lo tanto, puramente tradicional. Pero como se dan pocos acontecimientos de importancia en un pueblo tan bien unido, naturalmente dispuesto a la virtud, gobernado enteramente por la razón y apartado de todo comercio con las demás naciones, se conserva fácilmente la parte histórica sin cargar las memorias demasiado. Ya he consignado que no están sujetos a enfermedad ninguna, y no necesitan médicos, por consiguiente. No obstante, tienen excelentes medicamentos, compuestos de hierbas, para curar casuales contusiones y cortaduras en las cuartillas o las ranillas, producidas por piedras afiladas, así como otros daños y golpes en las varias partes del cuerpo.

Calculan el año por las revoluciones del sol y de la luna, pero no lo subdividen en semanas. Conocen bien los movimientos de esos dos luminares y comprenden la teoría de los eclipses. Esto es lo más a que alcanza su progreso en astronomía.

En poesía hay que reconocer que aventajan a todos los demás mortales; son ciertamente inimitables la justeza de sus símiles y la minuciosidad y exactitud de sus descripciones. Abundan sus versos en estas dos figuras, y por regla general consisten en algunas exaltadas nociones de amistad y benevolencia, o en alabanzas a los victoriosos en carreras y otros ejercicios corporales. Sus edificios, aunque muy rudos y sencillos, no son incómodos, sino, por lo contrario, bien imaginados para protegerse contra las injurias del frío y del calor. Hay allí una clase de árbol que a los cuarenta años se suelta por la raíz y cae a la primera tempestad; son muy derechos, y aguzados como estacas con una piedra de filo -porque los houyhnhnms desconocen el uso del hierro-, los clavan verticales en la tierra, con separación de unas diez pulgadas, y luego los entretejen con paja de avena o a veces con zarzo. El techo se hace del mismo modo, e igualmente las puertas.

Los houyhnhnms usan el hueco de sus patas delanteras, entre la cuartilla y el casco, como las manos nosotros, y con mucho mayor destreza de lo que en un principio pude suponer. He visto a una yegua blanca de la familia enhebrar con esta articulación una aguja, que yo le presté de propósito. Ordeñan las vacas, siegan la avena y hacen del mismo modo todos los trabajos en que nosotros empleamos las manos. Tienen una especie de pedernales duros, de los cuales, por el procedimiento de la frotación con otras piedras, fabrican instrumentos que hacen el oficio de cuñas, hachas y martillos. Con aperos hechos de estos pedernales cortan asimismo el heno y siegan la avena, que crecen en aquellos campos naturalmente. Los yahoos llevan los haces en carros a la casa y los criados los pisan dentro de unas ciertas chozas cubiertas, para separar el grano, que se guarda en almacenes. Hacen una especie de toscas vasijas de barro y de madera, y las primeras las cuecen al sol.

Si aciertan a evitar los accidentes, mueren sólo de viejos, y son enterrados en los sitios más apartados y obscuros que pueden encontrarse. Los amigos y parientes no manifiestan alegría ni dolor por el fallecimiento, ni el individuo agonizante deja ver en el punto de dejar el mundo la más pequeña inquietud; no más que si estuviese para regresar a su casa después de visitar a uno de sus vecinos. Recuerdo que una vez, estando citado mi amo en su propia casa con un amigo y su familia para tratar cierto asunto de importancia, llegaron el día señalado la señora y sus dos hijos con gran retraso. Presentó ella dos excusas: una, por la ausencia de su marido, a quien, según dijo, le había acontecido lhnuwnh aquella misma mañana. La palabra es enérgicamente expresiva en su idioma, pero difícilmente traducible al inglés; viene a significar retirarse a su primera madre. La excusa por no haber ido más temprano fue que su esposo había muerto avanzada la mañana, y ella había tenido que pasar un buen rato consultando con los criados acerca del sitio conveniente para depositar el cuerpo. Y pude observar que se condujo ella en nuestra casa tan alegremente como los demás. Murió unos tres meses después.

Por regla general, viven setenta o setenta y cinco años; rara vez, ochenta. Algunas semanas antes de la muerte experimentan un gradual decaimiento, pero sin dolor. Durante este plazo los visitan mucho sus amigos, pues no pueden salir con la acostumbrada facilidad y satisfacción. Sin embargo, unos diez días antes de morir, cálculo en que muy raras veces se equivocan, devuelven las visitas que les han hecho los vecinos más próximos, haciéndose transportar en un adecuado carretón, tirado por yahoos, vehículo que usan no sólo en esta ocasión, sino también en largos viajes, cuando son viejos y cuando quedan lisiados a consecuencia de un accidente. Y cuando el houyhnhnm que va a morir devuelve esas visitas, se despide solemnemente de sus amigos como si fuese a marchar a algún punto remoto del país donde hubiera decidido pasar el resto de su vida.

"El principito" - Antoine de Saint Exupéry (fragmento)


La región exacta en la que se encontraba era en la de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Decidió visitarlos a fin de instruirse y encontrar una ocupación.

El primero lo habitaba un rey, vestido de púrpura. Se sentaba en un tronco sencillo pero majestuoso.

-¡Ah! He aquí un súbdito-dijo el rey al ver llegar al principito.

Mi amigo pensó para sí: "¿Cómo puede reconocerme si nunca me ha visto antes? ¿Acaso todos los hombres son sus súbditos?"

-Ven más cerca, que quiero mirarte mejor-dijo el rey orgulloso de poder ser por fin el rey de alguien.

El principito buscaba un lugar para sentarse, pero el planeta estaba completamente cubierto por el manto de armiño que llevaba encima el rey. No tuvo opción más que la de permanecer en pie, y como se veía muy cansado, bostezó.

-Es contrario al protocolo bostezar en presencia de un rey, de modo que te lo prohíbo-replicó el rey.

-¿Cómo puedo impedirlo? Vengo de un largo viaje y no he dormido-respondió el principito.

-Pues entonces-dijo el rey- te ordeno que bosteces. Desde hace largo tiempo, no he visto a nadie bostezar. Los bostezos despiertan en mí cierta curiosidad. ¡Vamos!, hazlo otra vez. ¡Es una orden!.

-Eso me intimida... ahora no puedo-exclamó el principito mientras iba enrojeciendo.

-¡Hum! ¡Hum!-expresó el rey- Entonces te... te ordeno bostezar o no bos...

De pronto pareció irritado.

El único deseo del rey, era el de ser respetado. No toleraba entonces que se le desobedeciera en lo más mínimo. Pero... dentro de todo, daba órdenes razonables.

"Si ordeno-decía- a un general que se convierta en ave marina y éste no obedece, no sería culpa del general, sino exclusivamente mía".

-¿Podría sentarme?-suplicó tímidamente el principito.

-Ordeno que lo hagas-respondió el rey al tiempo que recogía parte del faldón de su manto de armiño.

El principito se preguntaba: "Sobre quiénes podía reinar el rey, siendo tan pequeño su planeta?"

-Sire...-le dijo- os pido perdón por preguntaos...

-Ordeno que me preguntes-contestó el rey apresurado.

-Sire... ¿Sobre qué reináis?

-Sobre todo-respondió el rey.

-¿Sobre todo?

Expresándose con gestos, el rey señaló su planeta, los otros y también las estrellas.

-¿Sobre todo eso?-preguntó el principito asombrado.

-Así es, sobre todo eso...-respondió el rey.

El principito se hallaba nada menos que frente a un monarca universal.

-Y las estrellas os obedecen?

-Claro que sí-dijo el rey- Acatan mis órdenes al instante. Detesto la indisciplina.

El principito estaba realmente maravillado. Si él hubiera detentado tal poder, habría podido ser testigo no sólo de cuarenta y cuatro, sino a setenta y dos, o cien, o aún doscientas puestas de sol en un mismo día, sin siquiera necesitar desplazarse con su silla! Comenzaba a experimentar cierta melancolía al recordar a su pequeño planeta que había quedado abandonado y se animó a pedir una gracia al rey:

-Necesito ver una puesta de sol... Hazme el gusto... Ordena al sol que se ponga...

-Si ordeno a un general que vuele de flor en flor cual si fuera mariposa, que escriba una tragedia o que de pronto mutara en ave marina y no lo hiciera, quién estaría en falta, él o yo?

-Vos-contestó el principito con tono seguro.

-Correcto. Se debe pedir a cada cual, lo que está a su alcance realizar. La autoridad posee un primer sustento que es la razón-dijo el rey- De tal forma que si ordenas a tu pueblo arrojarse al mar, seguramente éste se inclinará hacia una revolución. Me creo con el derecho de exigir obediencia ya que mis órdenes están dentro de lo razonable.

-Y qué hay de mi puesta de sol?-recordó el principito, quien nunca renunciaba a una pregunta, una vez que la había formulado.

-La tendrás. Así lo exigiré, pero tendré que esperar a que las condiciones sean las favorables y adecuadas.

-Y cuándo sucederá eso?-quiso averiguar el principito.

-Hem! Hem!-vociferó el rey mientras consultaba un grueso calendario-, hem! hem!, será a las... a las... será esta misma noche, exactamente a las siete y cuarenta! Ya veras cómo soy obedecido!

El principito bostezó al tiempo que lamentaba la pérdida de su puesta de sol, y como ya se aburría dijo:

-Ya nada tengo que hacer aquí. Me marcho.

-No te vayas todavía-sugirió el rey, quien estaba muy satisfecho de tener un súbdito- Si te quedas, te hago ministro.

-¿Ministro de qué?

-De... de justicia!

-Pero a quién podré juzgar?

-Eso aún no lo se-contestó el rey- Debo visitar a mi reino, pero estoy viejo, no tengo suficiente lugar para una carroza y me fatiga caminar.

-Yo ya he mirado, por allí tampoco hay habitantes-comentó el principito asomándose a fin de poder observar mejor el otro lado del planeta.

-Podrás juzgarte a ti mismo-replicó el rey- Eso es bien difícil, mucho más que juzgarse a los demás. Te diré más: si logras juzgarte bien a ti mismo, estarás frente a un verdadero sabio.

-Pero no necesito vivir en este sitio para poder juzgarme a mí mismo-dijo el principito-, eso puedo hacerlo en cualquier parte.

-Hem! Hem!-dijo el rey- Oigo por la noche una vieja rata que anda por algún lugar de este planeta. Podrías juzgarla y aún condenarla a muerte de tiempo en tiempo, de modo tal que su vida dependa de tu justicia. Deberá indultarla cada vez, a fin de conservarla ya que no hay más que una.

-A mí no me gusta condenar a muerte, y ahora sí, creo que me marcho-contestó el principito.

-No-dijo el rey.

El principito, aún habiendo terminado sus preparativos para la partida, hizo lo posible para no afligir al viejo monarca:

-Si Vuestra Majestad desea que obedezca puntualmente, podría darme una orden razonable. Por ejemplo, que parta antes de un minuto. Apuesto a que las condiciones son favorables...

Al ver que el rey no esbozó palabra alguna, pareció pensarlo y luego... suspirando comenzó a alejarse.

-Te nombro embajador-gritó apresuradamente el rey, con un tono altamente autoritario.

Mientras se marchaba, se dijo a sí mismo el principito: "Las personas grandes son bien extrañas".

"Conejo" - Abelardo Castillo



Y cualquiera que escandalizare a uno de estos
pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y
se le anegase en el profundo de la mar.
MATEO, XVIII: 6

No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como un tren o como los patines, un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan bueno como los patines, que un conejo de trapo al final es parecido a las muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del mundo, y mucho mejor que los patines. Y las muñecas tienen esos cachetes colorados, redondos. Caras de bobas, eso es lo que tienen.

A mí no me importa si no está. Qué me importa a mí. Y no me vine a este rincón porque estoy triste, me vine porque ellos andan atrás de uno, querés esto y qué querés nene y puro acariciar, como cuando te enfermas y andan tocándote la frente, que parece que los tíos y los demás están para cuando uno se enferma y entonces todo el mundo te quiere. Por eso me vine, y por el estúpido del Julio, el anteojudo ese, que porque tiene once años y usa anteojos se cree muy vivo, y es un pavo que no ve de acá a la puerta y encima siempre anda pegando. Se ríe porque juego con vos, mírenlo, dice, miren al nenito jugando al arrorró. Qué sabe él. Los grandes también pegan. Las madres, sobre todo. Claro que a todos los chicos les pegan y eso no quiere decir nada, pero igual, por qué tienen que andar pegando siempre. Vos, por ahí, vas lo más tranquilo y les decís mira lo que hice, creyendo que está bien, y paf, un cachetazo. Ni te explican ni nada. Y otras veces puro mimo, como ahora, o como cuando te hacen un regalo porque les conviene, aunque no sea Reyes o el cumpleaños.

Yo me acuerdo cuando ella te trajo. Al principio eras casi tan alto como yo, y eras blanco, más blanco que ahora porque ahora estás sucio, pero igual sos el mejor conejo de todos, porque entendés las cosas. Y cómo te trajo también me acuerdo, toma, me dijo, lo compré en Olavarría. El primo Juan Carlos que vive en Olavarría a mí nunca me gustó mucho: los bigotes esos que tiene, y además no es un primo como el Julio, por ejemplo, que apenas es más grande que yo. Es de esos primos de los padres de uno, que uno nunca sabe si son tíos o qué. Era una caja grande, y yo pensaba que sería un regalo extraordinario, algo con motor, como el avión del rusito o una cosa así. Pero era liviano y cuando lo desaté estabas vos adentro, entre los papeles. A mí no me gustaba un conejo. Y ella me dijo por qué me quedaba así, como el bobo que era, y yo le dije esto no me gusta para nada a mí, mira la cabeza que tiene. Entonces dijo desagradecido igual que tu padre. Después, cuando papá vino del trabajo, todavía seguía enojada y eso que había estado un mes en Olavarría, lejos de papá, y que papá siempre me dice escribile a tu madre que la extrañamos mucho y que venga pronto, pero es él el que más la extraña, me parece. Y esa noche se pelearon. Siempre se pelean, bueno: papá no, él no dice nada y se viene conmigo a la puerta o a la placita Martín Fierro que papá me dijo que era un gaucho. A papá tampoco le gustó nunca el primo Juan Carlos. Y yo no te llevo a la placita, pero porque tengo miedo que los chicos se rían. Ellos qué saben cómo sos vos. No tienen la culpa, claro, hay que conocerte. Yo, al principio, también me creía que eras un juguete como los caballos de madera, o los perros, que no son los mejores juguetes. Pero después no, después me di cuenta que eras como Pinocho, el que contó mamá. Ella contaba cuentos, a la mañana sobre todo, que es cuando nunca está enojada. Y al final vos y yo terminamos amigos, mejor que con los amigos de verdad, los chicos del barrio digo, que si uno no sabe jugar a la pelota en seguida te andan gritando patadura, anda al arco querés, y malas palabras y hasta delante de las chicas te gritan, que es lo peor. Una vez me dijeron por qué no traes a tu hermanito para que atajen juntos, y se reían. Por vos me lo dijeron, por los dientes míos que se parecen a los tuyos. Me parece que te trajeron a propósito a vos, por los dientes.
Ellos vinieron todos, como cuando la pulmonía. Y puro hacer caricias ahora, se piensan que uno es un nenito o un zonzo. O a lo mejor saben que sé, igual que con los Reyes y todo eso, que todo el mundo pone cara de no saber y es como un juego. Y aunque el Julio no me hubiera dicho nada era lo mismo, pero el Julio, la basura esa, para qué tenía que venir a decirme. Era preferible que insultara o anduviera buscando camorra como siempre y no que viniera a decir esa porquería. Si yo ya me había dado cuenta lo mismo. Papá está así, que parece borracho, y dice hacerme esto a mí. Y ellos le piden que se calme, que yo lo estoy mirando. Entonces me vine, para hablar con vos que lo entendés a uno y sos casi mucho mejor que el tren y ni por un avión como el del rusito te cambiaba, que si llegan a imaginar que yo te iba a querer tanto no te traen de regalo, no. Y nadie va a llorar como una nena porque ella está enferma y no puede volver por un tiempo. Y si son mentiras mejor. Oscarcito tampoco lloraba. Ese día también había venido mucha gente, pero era distinto. En la sala grande había un cajón de muerto para la mamá de Oscarcito. Estaba blanca. Oscarcito parecía no entender nada, nos miraba a todos los chicos, pero no lloró, le decían que la mamá de él estaba en el cielo. Y esto es distinto. Mi mamá no está en el cielo, en Olavarría está. El Julio, la basura esa de porquería me lo dijo, pero a lo mejor se fue enferma a algún otro lado y por qué no puede ser. Todos lo dicen. Todos menos el primo Juan Carlos, que tampoco está. Y mejor si no está, que a mí no me gustó nunca por más que ella dijera tenes que quererlo mucho, y una vez que yo fui a Olavarría no los dejaba que se quedaran solos. Anda a jugar al patio, siempre querían que me fuera a jugar al patio: ella también. Y después puro regalar conejos, sí. Se creen que uno no se da cuenta, como ahora, que si estuviera enferma no sé para qué lo andan aconsejando a papá y él me mira, y se queda mirándome y me dice hijo, hijo. Y a veces me dan ganas de contestarle alguna cosa, pero no me sale nada, porque es como un nudo. Por eso me vine. Y no para llorar tranquilo sin que me vean. Me vine porque sí, para hablar con vos que lo entendés a uno, y sos el mejor conejo de todos, el mejor del mundo con esas orejas largas, y dos dientes para afuera, como yo cuando me río.

Me parece que no me voy a reír nunca más en la vida yo. Eso es lo que me parece.
Y al final a nadie se le importa un pito de los dientes, porque yo te quiero lo mismo y te quiero porque sí, porque se me antoja. No porque ella te trajo y mejor si no va a volver. Ojalá se muera. Y lo que estoy viendo es que esa cabeza, que tenes no es nada linda, no, y si quiero vamos a ver si no te tiro a la basura, que al final de cuentas nunca me gustaste para nada vos. Y lo que vas a ganar es que te voy a romper todo, los dientes, y las orejas, y esos ojos de vidrio colorado como los estúpidos, así, sin que me dé ninguna gana de llorar ni nada, por más que te arranque el brazo y te escupa todo, y vos te crees que estoy llorando, pero no lloro, aunque te patee por el suelo, así, aunque se te salga todo el aserrín por la barriga y te quede la cabeza colgando, que para eso tengo el tren y los patines y...

"Hamlet" - William Shakespeare - El famoso monólogo...


Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción. - Pero, alto:
la bella Ofelia. Hermosa, en tus plegarias
recuerda mis pecados.

"La metamorfosis" - Franz Kafka (fragmento)


Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.

No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una revista y había colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido su antebrazo.

La mirada de Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico.

«¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?»

Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, pero en su estado actual no podía ponerse de ese lado. Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez se volvía a balancear sobre la espalda. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.

"Aspiro a ser diputado" - Roberto Arlt

Señores: Aspiro a ser diputado, porque aspiro a robar en grande y a “acomodarme” mejor. Mi finalidad no es salvar al país de la ruina en la que lo han hundido las anteriores administraciones de compinches sinvergüenzas; no señores, no es ése mi elemental propósito, sino que, íntima y ardorosamente, deseo contribuir al saqueo con que se vacían las arcas del Estado, aspiración noble que ustedes tienen que comprender es la más intensa y efectiva que guarda el corazón de todo hombre que se presenta a candidato a diputado.

Robar no es fácil, señores. Para robar se necesita determinadas condiciones que creo no tienen mis rivales. Ante todo, se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy, no lo duden señores. En segundo término, se necesita ser un traidor, y yo también lo soy, señores.

Saber venderse oportunamente, no desvergonzadamente, sino "evolutivamente". Me permito el lujo de inventar el término que será un sustitutivo de traición, sobre todo necesario en estos tiempos en que vender el país al mejor postor es un trabajo arduo e ímprobo, porque tengo entendido, caballeros, que nuestra posición, es decir, la posición del país no encuentra postor ni por un plato de lentejas, créanlo..., prefiero ser honrado.
Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy un perfecto candidato a diputado. Cierto es que quiero robar, pero ¿quién no quiere robar? Díganme ustedes quién es el desfachatado que en estos momentos de confusión no quiere robar. Si ese hombre honrado existe, yo me dejo crucificar. Mis camaradas también quieren robar, es cierto, pero no saben robar. Venderán al país por una bicoca, y eso es injusto. Yo venderé a mi patria, pero bien vendida.

Ustedes saben que las arcas del Estado están enjutas, es decir, que no tienen un mal cobre para satisfacer la deuda externa; pues bien, yo remataré al país en cien mensualidades, de Ushuaia hasta el Chaco boliviano, y no sólo traficaré al Estado, sino que me acomodaré con comerciantes, con falsificadores de alimentos, con concesionarios; adquiriré armas inofensivas para el Estado, lo cual es un medio más eficaz de evitar la guerra que teniendo armas de ofensiva efectiva, le regatearé el pienso al caballo del comisario y el bodrio al habitante de la cárcel, y carteles, impuestos a las moscas y a los perros, ladrillos y adoquines... ¡Lo que no robaré yo, señores! ¿Qué es lo que no robaré?, díganme ustedes. Y si ustedes son capaces de enumerarme una sola materia en la cual yo no sea capaz de robar, renuncio ipso facto a mi candidatura...

Piénsenlo aunque sea un minuto, señores ciudadanos. Piénsenlo. Yo he robado. Soy un ladrón. y si ustedes no creen en mi palabra, vayan al Departamento de Policía y consulten mi prontuario. Verán que performance tengo. He sido detenido en averiguación de antecedentes como treinta veces; por portación de armas -que no tenía- otras tantas, luego me regeneré y desempeñé la tarea de grupí, rematador falluto, corredor, peguero, extorsionista, encubridor, agente de investigaciones, ayudante de peguero porque me exoneraron de investigaciones; fui luego agente judicial, presidente de comité parroquial, convencional, he vendido quinielas, he sido, a veces, padre de pobre y madre de huérfanas, tuve comercio y quebré, fui acusado de incendio intencional de otro bolichito que tuve...

Señores, si no me creen, vayan al Departamento... verán ustedes que yo soy el único entre todos esos hipócritas que quieren salvar al país, absolutamente el único que puede rematar la última pulgada de tierra argentina...
Incluso, me propongo vender el Congreso e instalar un conventillo o casa de departamentos en el Palacio de Justicia, porque si yo ando en libertad es que no hay justicia, señores..." Con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República.

En Aguafuertes porteñas (1933)

"La luna con gatillo" - Raúl González Tuñon

Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

"Residuos" - Luis F. Veríssimo


Un hombre y una mujer se encuntran en el palier, cada uno con su bolsa de residuos. Es la primera vez que se hablan.

- Buen día.

- Buen día.

- Usted es del 610.

- Y usted del 612.

- Si.

- Todavía no lo conocía personalmente.

- Ajá.

- Disculpe mi indiscreción, pero he visto sus bolsas de residuos...

- ¿Mis qué?

- Sus residuos.

- Ah.

- Note que nunca es mucho. Su familia debe ser chica...

- La verdad, soy yo solo.

- Mmm... Vi también que usa mucha comida en lata.

- Es que tengo que hacerme la comida. Y cómo no se cocinar...

- Entiendo.

- Usted también...

- Tratame de vos.

- Vos también perdoná mi indiscreción, pero vi algunos restos de comida en tus bolsas. Champiñones, cosas por el estilo...

- Es que me gusta mucho cocinar, hacer platos diferentes. Pero como vivo sola, a veces sobra...

- ¿Usted... vos no tenés familia?

- Tengo, pero no aquí.

- En Espíritu Santo.

- ¿Cómo sabés?

- Vi unos sobres en la basura. De Espíritu Santo.

- Sí. Mamá escribe todas las semanas.

- ¿Ella es maestra?

- ¡Qué increíble!¿ Cómo fue que adivinaste?

- Por la letra en el sobre. Me pareció letra de maestra.

- Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por sus residuos...

- Y... no.

- El otro día tenía un telegrama abollado.

- Sí.

- ¿Malas noticias?

- Mi padre. Murió.

- Lo siento mucho.

- Ya estaba muy viejito. Allá en el Sur. Hace tiempo que no nos veíamos.

- ¿Fue por eso que volviste a fumar?

- ¿Cómo sabés?

- De un día para otro empezaron a aparecer en tu basura etiquetas de cigarrillos.

- Es cierto. Pero conseguí dejar otra vez.

- Yo, gracias a Dios, nunca fumé.

- Ya sé. Pero he visto frasquitos de pastillas en tu basura.

- Tranquilizantes. Fue una etapa. Ya pasó.

- ¿Te peleaste con tu novio, no es cierto?

- ¿Eso también lo descubriste en la basura?

- Primero el ramo de flores con la tarjeta, arrojado afuera. Después, muchos pañuelos de papel.

- Sí, lloré bastante, pero ya pasó.

- Pero hoy todavía veo unos pañuelitos...

- Es que estoy un poco resfriada.

- Ah.

- Muchas veces veo revistas de palabras cruzadas en tus bolsas.

- Sí..., es que... me quedo mucho en casa. No salgo mucho, sabés.

- ¿Novia?

- No.

- Pero hace algunos días había una foto de una mujer en tus bolsas. Y muy bonita.

- Estuve limpiando unos cajones. Cosas viejas.

- Pero no rompiste la foto. Eso significa que, en el fondo, querés que ella vuelva.

- ¡Vos ya estás analizando mis residuos!

- No puedo negar que me interesaron.

- Qué gracioso. Cuando examiné tus bolsas, pensé que me gustaría conocerte. Creo que fue por la poesía.

- ¡No!¿ Vos viste mis poemas?

- Los vi y me gustaron mucho.

- ¡Pero son malísimos!

- Si realmente creyeras que son malos, los habrías roto. Solamente estaban doblados.

- Si hubiera sabido que los ibas a leer...

- No me los quedé porque, a fin de cuentas, estaría robando. A ver, no sé; lo que alguien tira a la basura, ¿ sigue siendo de su propiedad?

- Creo que no, la basura es dominio público.

- Tenés razón. A través de la basura, lo particular se hace público. Lo que sobra de nuestra vida privada se integra en las sobras de los otros. Es comunitario, es nuestra parte más social. ¿ Será así?

- Bueno, ya estás profundizando demasiado con el tema de la basura.
Creo que...

- Ayer, en tus residuos...

- ¿Qué?

- ¿Me equivoco o eran cáscaras de camarones?

- Acertaste. Compré unos camarones grandes y los pelé.

- Me encantan los camarones.

- Los pelé, pero todavía no los comí. Quizás podríamos...

- ¿Cenar juntos?

- Claro.

- No quiero darte trabajo.

- No es ningún trabajo.

- Se te va a ensuciar la cocina.

- No es nada. En seguida se limpia todo y se tiran los restos.

- ¿En tu bolsa o en la mía?